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Rosh Hashana -Meematai?

Por Jack Levy

la escena familiar

I. Introducción — El teatro de Rosh Hashaná: la escena familiar

Huele a fiesta, otra vez. A polvo y a nostalgia.

Llegas del templo, que pareció eterno, y ahora la cena te espera. Ya conoces el guion.

La abuela insiste con comer la cabeza de pescado: “Para ser cabeza, no cola”. El primo ultra religioso lucha contra el sueño, convencido de que si pestañea se dormirá todo el año. El tío debate si se puede comer nueces porque su rabino cabalista le dijo que la palabra suma “pecado”… aunque es apenas el segundo Rosh Hashaná que pisa un templo. La tía saca la gelatina con la receta de la abuela, sabor a clavo: la llama “una delicia”, pero nadie se atreve a decir que sabe a rancio… condenándonos a la misma “delicia” cada año. Los niños —los únicos listos— se atiborran de azúcar “para tener un año dulce”.

Así empieza el “día más sagrado”: entre supersticiones recicladas, rituales mecánicos y un libreto que todos actuamos sin estar seguros de creerlo. La mesa está servida. El teatro en marcha. Las risas nerviosas tapan el vacío.

Y, en medio de la comedia, adentro de ti, nace la pregunta que nadie quiere hacer:

¿De qué tenemos miedo en Rosh Hashaná? ¿De Dios? ¿Del juicio? ¿De que nos corten la cabeza si no comemos pescado?

No.

El verdadero terror es más simple y más brutal: que nada cambie.

Que todo siga igual. Que la gelatina salga cada año. Que sigas siendo la misma persona que juraste dejar de ser.

Berajot: reconocer al Uno en la noche y en la mañana

Antes de empezar, te confieso algo personal. La neta, dejé de estudiar Talmud por mucho tiempo. Para mí eran puros ejercicios de lógica: discusiones interminables, tecnicismos sin una conclusión que me moviera el alma. Se me volvió árido, gimnasia intelectual vacía.

Pero cuando lo volví a abrir desde otro ángulo, descubrí algo distinto —y te lo quiero compartir. Si alguna vez has estudiado Talmud, seguro te vas a relacionar. Casi siempre empieza así: Me-éimatai korín et Shemá be-arvit? — “¿Desde cuándo se recita el Shemá en la noche?”

Y a partir de ahí, las páginas de Berajot parecen un caos:

  • Sabios discutiendo cuánto dura la noche,

  • perros ladrando y burros rebuznando,

  • bebés mamando y parejas conversando,

  • el arpa de David sonando sola a medianoche,

  • sufrimientos que no se aceptan ni con recompensa,

  • enfermos que sanan cuando alguien les toma la mano,

  • los tefilín de Dios donde Él lleva escrita nuestra unicidad,

  • e incluso los hijos que vuelven de la “casa de alcohol” preguntando si todavía pueden decir el Shemá.

Todo parece un collage sin sentido… hasta que te dispones a escuchar la conversación secreta detrás de cada símbolo.

Y la pregunta que queda vibrando es esta:¿Qué se están diciendo de verdad los sabios en este aparente caos? ¿Cuál es la comunicación oculta en esa conversación? Y, sobre todo, ¿qué carajos tiene que ver con mi vida hoy… y con Rosh Hashaná?

No voy a responder todavía. La fuerza está en dejar la pregunta abierta, como un pozo al que te asomas. Pero este año, después de muchos años, siento que entendí mejor esa conversación…

Virgo, virginidad y regreso al niño puro

Elul es Virgo. No como horóscopo de revista, sino como símbolo: virginidad, lo intacto, lo no cubierto de máscaras.

Elul es la oportunidad de volver a ese estado: no inventarte un “yo nuevo”, sino regresar al yo original, al niño puro que fuiste antes de aprender a defenderte.

Ese niño vive en ti. Pero hoy está enterrado bajo capas y capas de klipot: máscaras sociales, defensas emocionales, traumas que no cerraste. El niño está ahí, intacto, esperando.

¿Y qué hacer con él? No basta con saber que existe. Hay que ir a buscarlo. Sentarte con él. Escucharlo. Preguntarle qué quiere. Y, si hace falta, invitarlo a un helado.

Ese niño no necesita sermones ni discursos. Necesita que lo mires de frente, sin miedo, sin prisa, sin máscara. Solo así puedes regresar a la pureza que te habitaba y, desde ahí, volver a construir.

Isaac y el juicio llevado al extremo

Este regreso al niño conecta con Itzjak. Rosh Hashaná gira en torno a él porque Isaac es el patriarca de la Guevurá: el rigor, el juicio llevado al límite.

El midrash más radical dice que Isaac sí murió en el altar —su alma salió cuando Abraham alzó el cuchillo— y que volvió cuando el ángel gritó: “¡No lo toques!”. Desde entonces vivió como quien ya cruzó la frontera entre vida y muerte.

¿Qué significa? Que todos tenemos un “Isaac” interior: la parte que se apaga cada vez que el juicio pesa demasiado; el niño que se esconde detrás de máscaras para sobrevivir.

Pero el secreto está en el carnero. El que termina sacrificado no es Isaac, sino el animal. Traducción: lo que debe morir no es tu esencia, sino lo automático, lo animal —tus reflejos de pelear o huir— que ya no te sirven para vivir.

Ese carnero se convierte en shofar. Y el shofar no es melodía: es un grito. Es el llanto del niño que sigue dentro de ti, pidiendo salir. Es tu alma, sin filtros, diciendo: “¡No me olvides! ¡Aquí sigo! ¡Todavía quiero vivir!”.

De la noche al amanecer: maldiciones y bendiciones

El Talmud abre como quien lanza una piedra al agua. No con un poema, sino con una pregunta seca: “¿Desde cuándo se dice el Shemá en la noche?”

A simple vista parece trámite de calendario. Pero si escuchas con otros oídos, notas que no preguntan por horarios. Preguntan por el alma: ¿en qué punto de tu oscuridad te atreves a reconocer al Uno? ¿Cuándo, entre tu ruido, dices: “Dios es Uno”?

Los sabios discuten tres tiempos:

  • al inicio de la noche,

  • hasta medianoche,

  • hasta antes del amanecer.

No son horas, son caminos:

  • Hay quien, apenas cae la noche, reconoce lo divino: su fe sigue encendida.

  • Hay quien necesita llegar al quiebre, a la mitad, para ver con claridad.

  • Y hay quien resiste toda la oscuridad, con esperanza tercamente hermosa, y solo al borde del amanecer dice: “Dios es Uno”.

La Guemará no se queda en teoría: pinta la noche con sonidos.Perros ladrando. Burros rebuznando. Bebés mamando. Parejas conversando.

La oscuridad no es silencio; es un coro. Una sinfonía rara que no sabes si es amenaza o esperanza.

La clave: ¿a qué afinas tu oído?

  • Si te aferras a perros y burros —críticas huecas, consejos baratos— tu noche se volverá amenaza.

  • Si escuchas al bebé mamando, descubres que, en medio del caos, alguien sigue recibiendo alimento. La vida no se detuvo. Hay futuro respirando.

  • Si escuchas a la pareja conversando, aprendes que incluso en la penumbra los opuestos buscan entenderse. Si ellos pueden dialogar en la noche, tal vez tú puedas hablar con tus sombras.

Entonces aparece David. Dicen que a medianoche soplaba el viento del norte y su arpa sonaba sola, despertándolo para cantar. El norte, en la tradición, es el lado del din: juicio, rigor, el lugar donde se esconde el sol. Pero de ese mismo lugar puede nacer música. El juicio puede sonar como cuchillo o como arpa. Depende de dónde pongas tu oído.

Luego llega la pregunta que nadie quiere oír: “¿Todo sufrimiento es de amor?” La respuesta es seca: no.No todo dolor es regalo. No todo golpe enseña. Si tú lo causaste y puedes repararlo, repáralo. Si ya te revisaste y no hay causa, confía: quizá ese dolor no es castigo, sino transformación; pero un amor que no humilla ni destruye.

La Guemará cuenta historias de sabios enfermos. En todas, la misma escena: llega alguien, le toma la mano y pregunta:— “¿Quieres tus sufrimientos?”— “Ni ellos ni su recompensa.”Entonces el visitante lo levanta… y sana.

Muchos sufrimientos se vuelven muletas. Disfraces para no sanar. Excusas para no cambiar. Y Rosh Hashaná te susurra firme: “Tijlé shaná vekileloteha” — que termine el año con sus maldiciones. Suelta las heridas. No colecciones cicatrices como medallas. Ni miel ni hiel.

En medio de tanta crudeza, la Guemará regala poesía. Nuestros tefilín dicen: “Escucha, Israel, Hashem es Uno.”Los de Dios —sí, los simbólicos— dicen: “¿Quién como tu pueblo Israel, único en la tierra?”

No es monólogo; es espejo. En el instante en que tú lo reconoces a Él, Él te reconoce a ti. No eres un número: eres un nombre escrito en los tefilín divinos. Eres reflejo de la divinidad.

Y la escena final es la más humana: los hijos de Rabán Gamliel vuelven tambaleándose de la cantina.— “Papá… no dijimos el Shemá… ¿ya es tarde?”— “Mientras no haya amanecido, todavía pueden.

Es halajá, y es bálsamo. El Shemá se puede decir durante toda la noche. Miel al final del juicio.Aunque vengas borracho, distraído, roto o dormido —mientras no amanezca, todavía puedes—. Puedes reconocer la Unidad. Puedes escuchar tu alma. Puedes mirar a tu niño interior —tu parte más pura—, invitarlo a un helado… y empezar otra vez.

Coronar al Uno en todo ciclo

El Talmud nos enseñó a reconocer al Uno en la noche y en el amanecer. Rosh Hashaná graba esa lección en fuego:Hayom Harat Olam — hoy se forma el mundo.Hayom Yamid bemishpat — hoy se establece el juicio.

No es poesía litúrgica: es decisión personal. Hoy eliges:¿Seguir repitiendo el ruido viejo de tus heridas… o empezar limpio, como niño que vuelve a sonar por dentro?

Isaac en el altar: el juicio al límite

Por eso el día gira en torno a Itzjak, patriarca del rigor. El midrash dice que murió por un instante y volvió cuando el ángel gritó “¡No lo toques!”. Ese es el espejo de Rosh Hashaná: sentir la espada en el cuello y descubrir que el juicio no viene a destruirte, viene a transformarte.

Lo que tiene que morir en ti no es tu esencia, es lo automático: lo animal, tus reflejos de pelear o huir.

El shofar: eco del niño y del carnero

El carnero del altar quedó enredado y sus cuernos se hicieron shofar. Cada toque trae dos ecos:

  • el de Isaac, recordándote que el juicio existe,

  • y el del niño que sigue vivo, recordándote que tu esencia es intocable.

El shofar no es canción afinada: es grito virginal. Es tu niño interior, sin máscaras, coronando al Padre-Rey con su inocencia.

“El shofar no es música: es tu niño interior gritando que sigue vivo.”

El niño y el tipo de juicio

Si logras contactar con ese niño —tu jelek Elokah mi-ma’al mamash, tu chispa divina—, el juicio cambia de rostro: Dios no te juzga como esclavo, sino como hijo.

La liturgia lo dice claro:“Si como hijos, compadécete de nosotros como un padre que se apiada de sus hijos. Y si como siervos… nuestros ojos miran hacia Ti.”

Un hijo puede fallar, pero el vínculo no se rompe. Un esclavo puede obedecer, pero vive en miedo. Rosh Hashaná es la encrucijada: ¿hijo o esclavo?Solo al volver al niño —a tu pureza— puedes pararte frente al Rey sin máscaras. Entonces la coronación no es sometimiento: es reencuentro.

Coronar al Uno es reconocerlo en todo ciclo: en la noche y en la mañana, en el dolor y en el gozo, en el juicio y en la misericordia. Ese es el corazón de Rosh Hashaná: reconocer al Rey para recordar quién eres tú.

Vida, conexión, resiliencia

Elul fue funeral. Rosh Hashaná es parto.

No se trata de cuántos años vas a vivir —eso está escrito en otro libro—, sino de cómo los vas a vivir:¿conectado o desconectado?¿despierto o dormido?¿como hijo amado o como esclavo sometido?

El niño sigue ahí, esperando tu mirada. Si lo escuchas, el juicio cambia de rostro: ya no es verdugo, es Padre. Ya no es condena, es camino. Ya no es miedo, es vida.

El shofar lo recuerda con crudeza. No es música afinada: es un grito que atraviesa capas y máscaras. Es tu alma diciendo: “Sigo vivo. Aquí estoy. Listo para volver a empezar.”

Y con eso basta. Si estás aquí, escuchando, y ese grito te resonó, todavía estás a tiempo.

Porque, al final, después de todo el ruido, solo queda una pregunta. La misma que Yosef hizo desde lo más alto de Egipto cuando vio a sus hermanos:— “Od Aví Jay?”“¿Mi padre… todavía vive?”

No preguntó por culpas ni venganzas. Preguntó por el vínculo.

Esa es la única pregunta de Rosh Hashaná:No si fuiste perfecto.No si cumpliste todo.Sino si el lazo con lo Divino todavía está vivo.

Seamos honestos: todos somos como los hijos de Rabán Gamliel. Volvemos tarde, tambaleando, borrachos de pendientes, estrés y distracciones. Con la voz hecha pedazos apenas nos atrevemos a preguntar:— “¿Todavía… puedo volver a empezar?”

Y la respuesta llega con una ternura que desarma:“Mientras no haya amanecido… mientras haya aliento en tus pulmones… todavía puedes.”

Todavía puedes reconocer la Unidad en tu caos.Todavía puedes sentarte con tu niño y pedirle perdón por haberlo abandonado.Todavía puedes soltar el personaje y encontrarte con la persona.Todavía puedes nacer de nuevo.

El juicio no es por tus años; el juicio es por tu vida.

Entonces, si te preguntas: “¿Este año quiero ser inscrito en el Libro de la Vida?”La pregunta se voltea y te mira a los ojos:

¿De verdad quieres vida?

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