Vayikrá – Borrar el Nombre de Dios
- Jack Levy
- 29 mar
- 7 Min. de lectura
Por Jack Levy
Te pasa algo fuerte.Descubriste algo que te cambió la vida. No importa si fue una práctica, una creencia, una conexión espiritual. Te atravesó. Te ordenó. Y como todo lo que quiebra estructuras, ahora quieres compartirlo.

Y claro, parece amor.“¿Cómo no voy a querer que mi pareja sienta esto?”“¿Cómo no voy a querer que mis hijos vivan esto que me salvó?”Obvio. Suena noble. Se siente urgente.
Pero ten cuidado…Porque justo ahí empieza la trampa.
Primero lo compartes con ternura.Luego con expectativa.Después con presión disfrazada de consejo.Y cuando no te siguen, cuando no se emocionan como tú,empieza lo jodido:El juicio.La decepción.La sensación de que el otro está “atrasado”.
Y en nombre del amor, empiezas a forzar.Y al forzar… rompes.
Pero no lo ves.Porque lo haces “por su bien”.Pero no es por su bien.Es por tu angustia.Porque no soportas que el otro no se te parezca.
Tu “espiritualidad” se vuelve necesidad de control.Tu “fe” se convierte en ego con incienso.
¿Nunca te ha pasado que estás sintiendo algo profundo…y alguien te responde con sarcasmo?¿O intentas hablar del alma y te contestan con el celular en la cara?¿Nunca has mirado a alguien que amas y pensado:"¡Si tan solo entendieras esto... tu vida sería otra!"?
Y ahí te va lo más duro:
¿De verdad quieres compartir… o necesitas que el otro valide tu camino?
¿Cuánto de tu impulso espiritual es puro?¿Y cuánto es inseguridad vestida de iluminación?
¿Quieres influir?Entonces cállate.Suelta la urgencia.Suelta la necesidad de convencer.
Porque tal vez influir no es hablar más.Es ser tan tú, tan congruente, tan en fuego…que el otro te mire y diga: “yo también quiero eso.”
El verdadero korban, sacrificio no es el animal.Es tu expectativa.Tu ego queriendo convertir, evangelizar.Tu prisa por ver frutos.
Y hasta que no puedas mirar al otro —aunque no entienda, aunque no sienta, aunque no siga—y aún así amarlo sin exigirle cambio…
no estás listo para bendecir a Dios.
Breve resumen de la Perashá – Vayikrá
El libro de Vayikrá no arranca con milagros.No hay mar abierto, no hay plagas, no hay acción épica.Arranca con una voz.Una voz íntima, suave, que llama a Moshé desde el interior del Mishkán:
“Vayikrá el Moshe” — “Y llamó a Moshé…”
Pero esa palabra, Vayikrá, esconde una señal para quien mira con el alma:La aleph final está escrita más pequeña que el resto.
¿Por qué?
Rashi lo explica: Moshé, el líder más grande de la historia, no quería parecer más que nadie.

Él sabía que ser canal de Dios no es una medalla, es una responsabilidad.Por eso pidió que esa aleph se escribiera en miniatura.Porque cuando tu ego es chico, tu influencia es grande.
Y ese llamado —con una aleph humilde— no trajo discursos inspiradores, trajo instrucciones:los korbanot.
Sacrificios, sí… pero no como nos enseñaron.
La palabra korban no significa “matar”.Significa acercarse (karov).No se trata de matar un animal para calmar a un Dios sediento. Se trata de ofrecer algo interno para acercarse a lo divino.Un error que reconozco.Un agradecimiento.Un impulso a elevarme.
Cada korban es un espejo del alma.Un mapa emocional que nos enseña que acercarse a Dios implica renunciar a algo.Y a veces, lo que hay que sacrificar no es un animal. Es tu ego, tu juicio, tu protagonismo.
Y aquí entra una enseñanza del Talmud que te desarma el alma:
En Sukká 53b, se dice que:
“Si Dios permitió que Su Nombre, escrito con santidad, fuera borrado en las aguas para lograr la paz entre un hombre y su esposa, ¿cuánto más debemos sacrificar nosotros por el bien de la paz?”
Sí. Dios prefiere que se borre Su Nombre antes de que se rompa un hogar.¿Te das cuenta de lo que eso significa?
La espiritualidad que destruye vínculos no es espiritualidad. La fe que impone, asfixia. La verdad que aplasta, no es verdad, es ego disfrazado de religión.
Vayikrá no es un libro de rituales fríos. Es una coreografía de acercamientos.Una llamada divina que susurra:
“Si querés acercarte a Mí, empezá por acercarte al otro.Pero para eso… vas a tener que sacrificar más que una cabra.Vas a tener que sacrificar tu necesidad de tener razón.”
El precio de influir
Quieres influir. Quieres transmitir. Quieres que tu pareja te acompañe en el camino. Que tus hijos sientan lo que tú sientes cuando conectas.

Quieres que la luz que te transformó los toque también a ellos.
Y es válido. Es hermoso. Es humano.
Pero hay una línea delgada entre compartir desde el amor y forzar desde la ansiedad.Una línea que cruzamos más seguido de lo que admitimos.
Empiezas con una invitación suave
“¿Te late si lo hacemos juntos?”
“Nomás escúchalo, no te cierres.”
“Hazlo por mí, solo esta vez.”
Pero cuando el otro no responde como esperabas, esa dulce intención se transforma en presión. La mirada se endurece. La voz sube. Y la energía que quería elevar… termina aplastando.
¿Por qué?
Porque no estás soportando que el otro no esté en donde tú estás.Porque confundes conexión con coincidencia.Y porque, en el fondo, crees que si el otro no camina contigo, entonces tú estás solo.
Pero aquí va la verdad incómoda:
Tu pareja no vino a replicarte.Tus hijos no son el escenario donde proyectar tu iluminación.
Cada alma tiene su raíz, su tiempo, su proceso.Y a veces, lo más espiritual que puedes hacer… es no hacer nada. Solo estar. Presente. Coherente. Amoroso. Sin expectativas.
¿Desde dónde estás llamando tú a los tuyos?¿Desde una aleph humilde?¿O desde un escalon espiritual que dice “sígueme” mientras el otro apenas puede respirar?
La influencia real no exige. Inspira. No impone. Acompaña. No enseña. Atrae.
El korban más difícil

Korban no significa sacrificio.Significa acercarse.
Y el acercamiento siempre tiene un precio.A veces, lo que hay que sacrificar no es un animal. Es tu necesidad de tener razón. Es tu urgencia por que el otro despierte. Es tu ego espiritual, disfrazado de buenas intenciones.
¿Quieres acercarte a Dios?
Entonces empieza por acercarte al alma del otro, sin empujarla. Sostén su diferencia sin miedo. Abraza su proceso aunque no lo entiendas.P ermítele ser, incluso cuando tú ya no estás ahí.
Porque lo que el alma no elige, no lo integra.Y lo que se impone, se resiste.Y lo que se fuerza… se rompe.
La halajá que casi nadie predica
El Shulján Aruj (Oraj Jaim 58:2) (el codigo de leyes por excelencia), nos enseña que no puedes comenzar el Shema, ni ciertas bendiciones, hasta que haya suficiente luz para reconocer a un conocido —no íntimo— a una distancia de cuatro codos.
¿Te das cuenta el lenguaje y genialidad de la Halaja?

La oración no comienza con tus labios. Comienza con tu mirada.
Hasta que no puedas reconocer al otro —no el que es como tú, no el que piensa igual, no el que te cae bien—al diferente, al semi-desconocido, al que no encaja del todo en tu mundo espiritual…no estás listo para hablar con Dios.
No es un tecnicismo de horarios. Es una verdad espiritual camuflada de halajá:
No se trata de tolerar. Se trata de reconocer.
Como parte de ti.Como legítimo.Como necesario.
Porque Dios no habita en tu burbuja perfecta. Dios se manifiesta donde hay espacio para el otro. Para el que camina distinto. Para el que te incomoda. Para el que todavía no está “ahí”.
Cuando puedes mirar ese rostro con ternura —no con juicio—entonces, y solo entonces… comienza tu oración.
Los querubines: la tensión donde Dios habita
En el corazón del Mishkán había dos querubines. No estaban fundidos. Estaban enfrentados. Con alas extendidas, con diferencia, con tensión.
Y ahí —justo ahí—entre esas dos presencias que no se anulan, que se miran con amor sin intentar cambiarse, ahí se posaba la Presencia Divina.
Dios no habita en la homogeneidad.Dios habita donde dos se sostienen sin destruirse.Donde hay espacio para que el otro exista sin dejar de ser distinto.
El Nombre que se borra
Y si todavía queda duda…

Sukká 53b nos recuerda que en el ritual de la sotá —la mujer sospechada—el Nombre sagrado de Dios, escrito con santidad, se borra en el agua…con tal de restaurar la paz en una pareja.
Los sabios aprenden de ahí que si Dios permite ser borrado por la paz,¿qué estás dispuesto tú a borrar?
Tu tono.
Tu urgencia.
Tu forma.
Tu “verdad” sin tacto.
¿De qué te sirve tener razón si perdiste la relación?
Tal vez influir no es hablar más fuerte. Es callar con más presencia.Tal vez no es enseñar más Torá. Es vivir con tanta luz que el otro quiera acercarse.Y tal vez el mayor korban que puedes ofrecer hoy…no es hacia arriba.
Es hacia el costado. Es hacia ese otro que te ama, pero no camina igual.
Y ahí, en ese sacrificio silencioso,en esa aleph diminuta,empieza el verdadero Mishkán.
Dios no necesita más religiosos, necesita más humildes
Dios no quiere más gente “observante” que no observa al otro.Dios no necesita más sacrificios vacíos ni más discursos correctos. Dios quiere que Su Nombre viva en tu casa. No en tus argumentos.

¿Quieres transmitir espiritualidad?
Entonces baja el volumen. Mira más. Habla menos.Y sobre todo… escucha sin ansiedad.
Escucha al otro como es.
Escucha su silencio sin llenarlo de presión.
Escucha lo que no te dice, porque ahí también vive su alma.
Tú no eres el redentor de tu familia. No eres el profeta de tu pareja. Eres su espacio. Su Mishkán. Su refugio.
Y en ese espacio —si no lo llenas de tu necesidad de tener razón—Dios puede habitar.
Porque si Él está dispuesto a ser borrado por la paz…
¿qué parte de ti estás dispuesto tú a sacrificar?
Dios hoy te pregunta:
¿Prefieres tener razón… o tener un lugar donde YO pueda habitar?
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