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Vayeshev - ¡Abre tu boca!

Por Jack Levy


ESCENA 1: ELLA


7:00 AM. La cocina es zona de guerra. Uniformes. Lonches. Mochilas que no aparecen. Gritos que rebotan en el azulejo. Corre. Empaca. Lava un vaso sucio de ayer. Grita: “¡Ya se van a ir tarde! ¡Muévanse!” Busca el suéter perdido debajo del sillón. Firma la tarea con letra de doctor, ilegible por la prisa. Baja al camión. Les da un beso al aire y… “¡Cuídense!”

(Corte seco. Silencio.)

La puerta se cierra. Regresa a la sala caminando lento, como si volviera del frente de batalla. Trata de hacer ejercicio. Llama a su mamá por inercia. Ve la taza de café en la mesa... ya se murió. Está helada. Pide desayuno. Espera en el celular scrolleando nada. Se mira en el espejo del cuarto… y por un segundo, no hay nadie.

No quiere llorar. No quiere morir. No hay drama de telenovela. Solo una pregunta que suena como un ventilador viejo y oxidado dentro de la cabeza, girando sin parar: “¿Esto es todo? ¿Para esto era mi vida? ¿Para ser la logística de la vida de otros?”


ESCENA 2: ÉL


Oficina. Piso alto. Ideas. Mensajes urgentes. Reuniones que pudieron ser un mail. Otro “estamos en contacto”. Otro “avísame y lo cerramos”. Firma contrato. Palmaditas de los socios en la espalda. Aplausos tibios en la sala de juntas.

Se sienta por fin en el sillón de piel. Whiskey caro que sabe a nada. Ventana sin alma. Abajo, la ciudad se mueve como si importara. Y él… exactamente igual que antes. Vacío... pero con LinkedIn ardiendo de notificaciones.

Afuera, los números suben. Adentro, el alma bosteza. Y justo ahí, en el huequito muerto entre dos pendientes, cae la pregunta que nadie dice en voz alta, pero que truena por dentro como tormenta seca: “¿Para qué carajos estoy aquí? ¿Soy solo un cuerpo eficiente que resuelve cosas? ¿Un útil cumpliendo órdenes? ¿Un actor que juega al CEO mientras se muere despacito?”


Eso. Ese cansancio sin lágrima. Ese vacío sin drama. Ese silencio con forma de bostezo existencial... La Torá tiene un nombre preciso para eso: VAYESHEV.

Y te lo digo claro: es muchísimo más peligroso de lo que parece.

La Torá dice que Yaakov quiso asentarse. Buscó shalvá. Tranquilidad. Paz. Y se entiende. Después de una vida de huir, de perder, de luchar con ángeles y hombres… ¿quién podría negarle eso? Pero hay un detalle técnico que nadie te explica: En hebreo, “Vayeshev” no significa “descansó”. Significa: Se instaló.

Y eso lo cambia todo. No es una pausa para tomar aire. No es un respiro. Es bajar la cortina por dentro. Es decirle al alma: “Hasta aquí llegué. Ya no juego.”

Vayeshev no describe a alguien cansado. Describe a alguien que se apaga lento, sin ruido, sin anuncio. Que deja de responder. Que deja de sentir. Que deja de involucrarse en la fricción de la vida. Y todo empieza así: con una frase susurrada por dentro… “Mejor no sentir.”

Pero si no lo detienes, ese susurro se vuelve certeza. La certeza se vuelve identidad. Y la identidad… se vuelve tu cárcel.

Porque el problema no es sentarte un rato. El problema es quedarte sentado. Mientras tú acomodas el alma en su rincón cómodo, la vida sigue moviéndose. Siguen los pulsos. Siguen las historias. Siguen las decisiones. Y tú, sin darte cuenta, te quedas atrás. Te rebasa. Te pasa por encima. Y un día, al voltear… ya no sabes ni cómo llegaste a ese estado de coma despierto.


¿Cómo sucede? ¿Cómo un alma que nació encendida… acaba mirando la vida como quien ve llover tras una ventana cerrada? No es un rayo. No es una explosión. Es algo mucho más peligroso: Es un desgaste suave. Íntimo. Silencioso.

He visto que hay tres caminos donde el alma empieza a apagarse. Tres formas de desconectarte sin darte cuenta. Tres personajes que caminan entre nosotros —y a veces… viven dentro de ti.


1. EL VIDENTE ROTO (El Colapso)


No todos se apagan por flojera.Algunos se apagan por mirar demasiado.

Hay almas sin piel.Todo les entra. Todo les duele. Todo pesa.

Lloran con lo que otros solo deslizan.Escuchan un “todo bien” y ya saben que no.Ven una sonrisa y detectan el temblor atrás del ojo.

Es como tener una antena en el pecho sintonizando la frecuencia rota del mundo.

Y un día —porque con uno basta—ven algo que no tiene dónde ponerse.

Una muerte absurda.Un dolor que ni Dios explica.Una grieta en la lógica del universo.

Y su mente, que antes acomodaba todo,a hora solo repite: “Error. No cabe.”

Y como no cabe… colapsa.

No con gritos.Con un click interno. Se apagan.

No dejaron de creer. Creyeron demasiado.

No se rindieron. Se protegieron.

Después de ver el incendio, ya no pueden encender ni una vela.

Y ahora funcionan, sí.Sonríen, sí.Pero por dentro, el alma está en posición fetal, diciendo en voz baja:

“Ya no quiero ver más.”


2. EL FILÓSOFO HERIDO (La Defensa)


Este es distinto. No lo imagines con pipa, libros caros y ego inflado. Imagina un cuerpo flaco, una mente brillante y un corazón hecho trizas. Alguien que no dejó de creer por moda intelectual, sino porque creer le dolía más que negar. Un hombre que hacía preguntas sinceras… y recibía solo el eco. Un alma que necesitaba respuestas, no para debatirlas, sino para seguir respirando.

Un día se hartó. No del mundo. Sino de hablar con un Dios que parecía haberse salido del chat. Y ahí… nació el escudo. Empezó a pensar más de lo que sentía. Empezó a convertir cada herida en teoría. Empezó a disfrazar su duelo de lógica.

Dios ha muerto”, escribió uno.

Y el mundo lo leyó como una genialidad. Pero si lees sus cartas personales… no suena a triunfo. Suena a soledad. Suena a lamento de niño abandonado.

Así nace la trampa intelectual: Transformar el abandono en filosofía. Ponerle marco dorado al dolor. Construir un castillo de ideas para no volver a salir al campo emocional… donde las cosas duelen. Su alma, sentada en su escritorio mental, con toda la razón del mundo, susurra mientras apaga la luz: “Pensar es más seguro que sentir.”


3. EL ANESTESIADO MODERNO (La Desconexión)


Y luego está el tercero. El que no se rompió. El que no filosofó. El que no escribió nada. Simplemente… se apagó sin darse cuenta. Este es el más peligroso de todos.

No siente rabia. No siente fe. No siente casi nada. No es trágico. Es peor: es funcional. Se despierta con el celular pegado a la cara. Abre Instagram antes de abrir los ojos. Se baña sin pensar. Come sin hambre. Ríe sin alegría. Contesta mensajes con emojis automáticos. Contesta a su cuerpo con cafeína. Contesta a su alma con... otra serie.

No tiene crisis mística. No discute con nadie. Solo vive cumpliendo con el mínimo. Como quien dejó de esperar algo mágico del mundo… y se conformó con que no le duela. Llena cada vacío con algo brillante. Una pantalla. Una notificación. Una compra en Amazon. Un “a ver qué hay ahora”. Pero adentro, donde ya no entra el Wi-Fi, el alma está en pausa.

Hasta que un día, sin drama, tomando un café, le sale una frase bajita: “¿Y si no pasa nada si dejo de intentar? ¿Qué más da? ¿Para qué?” Y esa frase… es la muerte en vida. Silenciosa. Limpia. Casi elegante. Es el alma bajando el volumen hasta olvidarse cómo sonaba su propia música.


Los Sabios


Y entonces te preguntas: “¿Por qué este vacío? ¿Por qué este hueco silencioso que no se va con pantallas, ni abrazos, ni éxito?”

Los Sabios dicen algo que suena casi ofensivo a la mente moderna: “Dios le manda vacíos a los justos… porque quiere su tefilá.”

No porque los odie. No porque los esté castigando. Sino porque los quiere cerca.

Es duro, pero si lo miras bien… tiene sentido. Mira la parashá: Yaakov —un alma gigante, un hombre que ya lo dio todo— solo quiere paz. Solo quiere shalvá. “Vayeshev Yaakov…” Pero apenas se sienta, apenas baja la guardia, apenas suspira… Todo se rompe. Yosef sueña. Los hermanos se rebelan. La familia se fragmenta.

¿Es crueldad? No. Es una forma agresiva de amor. Dios extrañaba la voz de Yaakov. Porque cuando un alma se instala, se desconecta. Cuando ya no hay falta, ya no hay búsqueda. Y Dios no quiere verte cómodo. Quiere verte conectado.

Es justo lo contrario de lo que hace con la serpiente en el Edén. A ella le da todo: “Tendrás polvo para siempre.” Traducción divina: “No quiero volver a escucharte.” La abundancia como exilio. La satisfacción total como silencio eterno.

Pero al tzadik —al que aún tiene potencial, al que Él ama— Dios le deja faltantes. Le susurra desde el otro lado del hueco: “Pídeme. Háblame. Te extraño.”


Mi Boda

Y eso me recuerda algo muy personal. Cuando me casé, tenía esta idea en la cabeza, sin saberlo: “Primero la jupá... luego el banquete.” Primero lo de Dios. Lo sagrado. La ceremonia seria. Y luego, ya cumplido el trámite espiritual… a disfrutar. A lo mío. A la fiesta.

Como si fueran dos momentos distintos. Como si Dios fuera parte de la producción, pero no de la borrachera y el baile.

Y fue años después que entendí mi error garrafal: Dios no quería ser el oficiante. Quería ser el invitado principal. No quería que lo dejara afuera esperando. No quería quedarse en el rezo. Quería venir al baile. A la vida.

Y ahí lo vi claro. Todos hacemos eso. Rezamos… y luego vamos “a lo importante”. Como si una cosa tuviera que ver con Dios… y la oficina, el tráfico y las facturas no. Como si Él solo estuviera en la sinagoga, pero no en el contrato. En el libro de rezos, pero no en la junta de ventas. En el Kiddush del viernes, pero no en la carcajada del martes.

Y quizás —quizás— eso es lo que el vacío intenta decirnos a gritos: “¡No me dejes en la jupá! No me busques solo cuando sientas que toca. Invítame al banquete. Invítame a tu trabajo. A tu estrés. A tu silencio. A tu todo.”

Porque el propósito final del vacío no es castigarte. Es despertarte. No es hacerte sufrir. Es hacerte hablar. Y no rezar como trámite, sino rezar como forma de vivir.


¿TE VAS A QUEDAR SENTADO?


Después de todo esto… no hay moraleja bonita. No hay solución mágica. Solo queda una pregunta. La más peligrosa. La más honesta. La que no puedes responder en voz alta, pero que ya te está quemando por dentro: ¿Te vas a quedar sentado?

Porque eso fue Vayeshev. Un alma que solo quería descansar. Y un Cielo que le dijo: “No es momento de instalarte. Es momento de conectar.”

Y tú… ¿vas a quedarte ahí, con el alma apagada, diciendo que es normal, que todos están igual, que “así es la vida”? ¿O vas a levantarte?

No perfecto. No brillante. No con toda la fe del mundo. Solo con lo que quede de ti. Con las manos temblando. Con la voz quebrada. Pero presente.

Porque la santidad, en esta generación, no se mide en cuánta Torá sabes. Se mide en cuánto permaneces. En cuántas veces el alma quiso apagarse… y tú no la dejaste.

Así que sí: puedes elegir ahora mismo.


CAMINO IZQUIERDO: Quedarte sentado. Vivir en automático. Cumplir, producir, ver series, dormir… y sentir que “no pasa nada”. Pero ese “nada” es lo que más duele al final. Es muerte disfrazada de rutina. Es vacío maquillado de estabilidad. Es exilio con Wi-Fi.


CAMINO DERECHO: Levantarte. No porque entiendas. No porque sepas qué sigue. Sino porque sabes que ese hueco en el pecho no se llena con cosas. Se llena con Él.

Porque entendiste el secreto: Yo no te mandé ese vacío para matarte de hambre. Te mandé ese vacío para que tuvieras espacio para pedir. Para que tuvieras hambre de Mí.

Así que no te quedes callado. ¡HAZ TEFILÁ!


Escucha lo que Dios te está gritando desde el otro lado del silencio: “¡Háblame! ¡Pídeme!”

Hay una promesa antigua, un versículo que es un cheque en blanco

“Harjev pija va'amalehu.” (Salmos 81:11)

Tradúcelo y grábatelo en el alma:

“Abre bien tu boca… y Yo la llenaré.”

Entiéndelo de una vez: Yo creé esa carencia solo para que me lo pidas. Hice el espacio solo para poder entrar. Estoy desesperado por dártelo todo, pero necesito que tú abras la puerta.

Así que, cuando sientas el vacío, no te asustes. Úsalo. Es mi forma de decirte: "Estoy listo para complacerte. Estoy listo para llenarte. Solo falta una cosa: Que abras la boca y me invites a entrar."


El banquete está servido. Solo tienes que Pedir.



Bibliografía y Referencias

  • Génesis 37:1 – “Vayeshev Yaakov” – Versículo central del episodio.

  • Rashi (sobre Génesis 37:2): “Yaakov quiso asentarse con tranquilidad… y se le abalanzó el sufrimiento de Yosef.”

  • Midrash Rabá, Bereshit 84:3 – Dios no permite a los tzadikim asentarse en este mundo; los vacíos son una forma de relación.

  • Or HaJaim HaKadosh – Interpreta “Vayeshev” como un intento interno de detener el crecimiento espiritual.

  • Rav Shimshon Rafael Hirsch – Lectura del asentamiento como pérdida de tensión vital.

  • Talmud, Berajot 5a – “Dios anhela la plegaria de los justos.”

  • Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, Así habló Zaratustra – “Dios ha muerto” y el dolor del silencio divino más allá del orgullo intelectual.

  • Albert Camus, El mito de Sísifo – La fatiga del absurdo, sin respuestas.

  • David Foster Wallace, This is Water – Anestesia moderna, vida en automático.

  • Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio – Cansancio como forma estructural del alma contemporánea.


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