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Matot-Maasei -Te lo Juro

Actualizado: 27 jul

Por Jack Levy

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Sara tenía 38 años cuando firmó un contrato con el silencio.

El cuarto donde limpiaban el cuerpo de su Papá aún olía a colonia Sanborns —la típica que le echan al cuerpo de los muertos para disimular la ausencia.

Mamá no lloraba. Ni hablaba. Ni parpadeaba.Solo se aferraba al brazo de Sara como si se fuera a desmoronar si lo soltaba.

Y ahí, en medio del olor a colonia barata y muerte reciente, Sara lo entendió sin decirlo:

“Papá, te juro que no la voy a dejar sola. Nunca.”

No hizo falta escribirlo.Fue un decreto silencioso.Un contrato firmado con el alma.

Desde ese día, su vida dejó de ser suya.Giró —entera— alrededor de una promesa que no eligió… pero que se volvió su eje.

Al principio, parecía noble.Después, rutina.Y pronto, obsesión.

Mamá cayó en una depresión muda y densa.Sara lo interpretó como señal de que su promesa era todavía más urgente.


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Las otras hermanas, ocupadas en sus vidas, decían “gracias” y seguían con lo suyo.Pero ella no. Ella era la buena. La que cumple. La que se sacrifica.

Empezó a pasar más tiempo con su madre que con sus propios hijos.Faltaba a cenas, eventos escolares, cumpleaños. Marcos, su esposo, empezó a sentirse como un mueble útil… pero olvidado.

Primero lo entendía. Después lo toleraba. Después… desapareció.

No se fue. Solo se volvió invisible.

Y ella también.

Dos fantasmas que compartíendo una cama King size .Sin gritos. Sin infidelidad. Pero con una soledad que se podía masticar.

No hubo drama. Ni escándalos. Solo un exilio lento. Como quien mira el amor apagarse, y no sabe si pelear o rendirse.

Hasta que el pasado tocó la puerta.

Encuentro de generación.Viejos amigos. Risas con sabor a polvo y nostalgia.

Y ahí estaba ella: Daniela, —su amor de prepa— que entre martini y martini le soltó

Que su esposo “se hizo muy religioso”. Como si fuera una enfermedad crónica.

“Ya no vamos a restaurantes porque no come caliente.Ya no vemos a nuestros amigos porque él no tolera conversaciones que ‘no aportan’.Y ya no puedo hablar con él de otra cosa que no sea Torá. Se casó con la Torá…y me dejó viuda con él vivo.”

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La carcajada de ambos cortó como vidrio roto, risas amargas, que mostraban verdad.

Porque aunque sus prisiones eran diferentes, la condena era idéntica:

Él: Espectro en su propio hogar.

Ella: Rehén de una santidad que no eligió. Ambos rotos. Ambos solos. Ambos con culpa de seguir queriendo vivir.


Y la cuarta copa los llevó a un hotel.

No fue amor. Ni lujuria. Fue oxígeno.

Ese instante en el que alguien te ve como persona…no como función.

Cuando Sara lo supo, no lloró por la infidelidad. Ni por la traición.

Lloró porque lo entendió.

Porque lo vio.Y en él… se vio a sí misma.

A la mujer de 38 años que confundió amor con culpa.A la esposa que creyó que cargar con todos era sinónimo de amar bien.Y al hombre que se fue desdibujando porque en su propia casa ya no había lugar para él.

Él fue fiel a una imagen. Ella, a un muerto. Y los dos se traicionaron por miedo a traicionar a sus fantasmas.

Este episodio no es sobre infidelidad. Es un ensayo sobre promesas.

Sobre las que nunca verbalizaste, pero gobiernan tu vida como si fueran Torá en piedra.

Promesas que hiciste frente al dolor, a tus padres, a la sociedad, al miedo…y que hoy te impiden vivir.

Promesas que tu alma juró para no romperse entonces…

pero que hoy, si no las rompes tú, te van a romper desde adentro.


FIDELIDADES INVISIBLES

(O cómo amar a los muertos nos impide amar a los vivos)


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Lo de Sara no fue locura. Ni debilidad. Ni siquiera exceso de amor.

Fue lealtad mal entendida.Fue ese tipo de fidelidad que se camufla de virtud,pero por dentro… te pudre el alma.

Hay promesas que haces en voz alta.Y otras, más peligrosas, que haces con el cuerpo.Con la culpa.Con la necesidad de ser vista, amada, útil, buena.

Sara nunca dijo: “voy a sacrificar mi hogar”.Tampoco pensó: “voy a volverme un fantasma funcional para mi esposo y mis hijos”.

Pero lo hizo. Porque había algo más fuerte que ella: la fidelidad a un muerto.


Bert Hellinger lo llamó “implicación sistémica”.

Una especie de hechizo invisible que te hace repetir la historia que juraste no repetir. No por masoquismo, sino por amor distorsionado.

“Papá murió… así que yo me encargo. Mamá sufre… así que yo la salvo. Mi esposo entiende… así que puede esperar.”

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Y ese sistema —esa jerarquía interna no hablada—termina construyendo una vida donde tú no estás.

Sara no vivía con su madre.Pero vivía para ella.

Y cuando el alma vive para alguien que no eres tú…tarde o temprano alguien va a pagar la cuenta.

En su caso: Marcos. Sus hijos. Su propio deseo.

En lenguaje de Cabala, esto no es culpa es Avón.

No un pecado por hacer el mal. Sino una torcedura del alma que se rige por votos no depurados.

Avón es fidelidad al pasado cuando ya no estás llamado a cargarlo.

Es hacer de la culpa tu brújula moral. Es sentirte mal por dejar de sufrir.

Y ese es el veneno: confundir el sacrificio con virtud. Confundir dolor con propósito. Confundir abandono propio con lealtad familiar.

Pero Dios no pidió eso. Tus hijos no pidieron eso. Y tu pareja, mucho menos.


En Matot, la Torá arranca con una bomba silenciosa:
“Cuando un ser humano haga un voto a Dios… no profanará su palabra. Hará conforme a todo lo que salió de su boca.”— Bemidbar 30:3

Boom. Ahí está.Dicho y sellado.

La Torá no juega con las palabras. Si lo dijiste, lo cumples. Si lo prometiste, te lo comes. No hay cláusulas pequeñas. No hay “es que estaba triste”.No hay espacio para arrepentirte… a menos que sepas cómo cavar.

Porque aquí viene el truco, y casi nadie lo entiende:

Dios no quiere que seas fiel a tu promesa.Quiere que seas fiel a tu alma.

Sí, tu palabra es sagrada. Pero si la pronunciaste desde el miedo, desde la herida, desde la desesperación de no perder a alguien…entonces tu promesa no es un acto de fe. Es una celda con barrotes invisibles.

Sara prometió que no dejaría sola a su madre. No por amor maduro, sino por culpa infantil.Por la niña de 8 años que aún vivía en la de 38.Por la necesidad de honrar a papá con su dolor.

Y sin darse cuenta, convertía su lealtad en un matrimonio roto.

La Masejet Nedarim lo sabía antes que Freud.


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El Talmud dedicó todo un tratado a enseñarte cómo deshacer un voto. No por capricho. Sino porque los sabios entendían que la boca crea realidades…pero también puede fabricar infiernos.

“¿Por qué juraste algo que no podías sostener?”“¿Desde dónde prometiste? ¿Desde el alma o desde el miedo?”“¿A quién estás siendo fiel con esta carga?”

Y ahí entra la belleza del sistema: Hatarat Nedarim.Anulación de votos. No como escape,sino como acto de honestidad radical.

Como decirle a tu yo de hace diez años:

“Gracias por querer protegerme.Pero ya no soy esa persona.Y esa promesa… ya no es mi camino.”

Dios no quiere que mueras por lo que dijiste en un momento de desesperación.Dios quiere que elijas la vida.

“He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición…Elige la vida.”— Devarim 30:19

Sara no pecó por prometer. Pecó por no revisar jamás lo que prometió.Por convertir en pacto eterno una emoción de 15 segundos.Por no preguntarse nunca:

“¿Sigo siendo fiel a una verdad…o a un reflejo de dolor?”

Y tú…¿Qué voto hiciste que ya no tiene sentido?¿A qué juramento viejo le estás siendo más fiel que a tu vida presente?

Dios ya te dio la pala.Te toca decidir si sigues cavando tu tumba con lealtades rotas…o si por fin te animas a desenterrar quién eres en verdad.


YESOD — CUANDO TU CUERPO GRITA LO QUE TU BOCA CALLA

(Porque el alma no sabe mentir para siempre)


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Marcos no dejó de desear a Sara por rutina ni por edad. La dejó de desear porque dejó de verla.Porque ella ya no estaba. Su cuerpo sí, su alma no.

Y cuando no hay espacio para tu deseo, tu risa, tu dolor o tu locura… el deseo se apaga. No porque muera. Sino porque se exilia.

Yesod, en la Cabalá, es eso:El canal. El punto donde lo interno se vuelve externo.Donde lo que no nombras… se te nota en la cara.Y lo que no sientes… se pudre en silencio.

Yesod se rompe cuando finges.

  • Deseo donde hay vacío.

  • Fuerza donde ya no aguantas.

  • Fe donde hay traición interna.

Marcos no se fue por otra. Se fue por sí mismo.Por la parte de él que ya no cabía en esa casa.Porque nadie puede sostener una relación donde el único tercero que siempre está es un muerto.

Y Sara también lo sintió. Pero no lo escuchó. Porque su energía también estaba en otra parte.

Lo que no das a la pareja, lo toma el miedo, lo cobra el cuerpo y lo grita el alma.

Y cuando Yesod sangra, todo lo demás también:La cama se enfría.El dinero se bloquea.Y tu alma susurra una pregunta incómoda:

¿Dónde carajos estoy?

Y si no escuchas esa pregunta…vas a terminar respondiéndola en el lugar equivocado, con la persona equivocada y de la forma más costosa.


Quizá tú también estás siendo fiel…


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Fiel a una imagen.Fiel a un rol que ya no puedes sostener.Fiel a una promesa que hiciste en medio del duelo, del miedo o de la soledad… y que nunca te atreviste a cuestionar.

Quizá llevas tanto tiempo siendo “el buen hijo”, “la buena esposa”, “el líder espiritual”, “el ejemplo de la comunidad”…que se te olvidó cómo se sentía ser tú.

Déjame decirte algo que nadie se atreve a gritar:

Puedes ser un judío impecable —shomer Shabat, estudio diario, kosher hasta en el shampoo—y aún así, ser un infiel.Un infiel a ti.Un traidor de tu alma.

Porque no hay adulterio más letal que negarte a ti mismo para sostener una fidelidad cómoda…a Dios, a la sociedad… o a tu papá muerto.

¿Y lo más jodido?

Que esa traición ya es tan normal… que la aplaudimos. Le llamamos “virtud”.

Pero la Torá no pide eso de ti.Dios no te creó para que seas una estatua religiosa.Te creó para que seas una llama viva de verdad.

Kol Nidrei —la declaración más brutal del año—no es un rezo. Es un grito de guerra.Una revolución interna.

Es el momento más crudo del calendario espiritual judío, porque nos arranca las máscaras… incluso las que usamos con Dios. Es el instante donde el alma —por fin— se atreve a decir lo que la boca nunca se atrevió:

“Estoy harto de fingir. Me cansé de sostener personajes. De obedecer a un Dios que nunca me pidió esto.”

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El adulterio más peligroso no ocurre en la cama. Ocurre cuando traicionas lo que eres para cumplir lo que ya no te representa.

Eso no es espiritualidad. Es hipocresía con nombre hebreo.

Y eso es lo que Kol Nidrei viene a romper.

Kol Nidrei no es solo una melodía melancólica que abre Yom Kipur. Es dinamita contra todos los contratos inconscientes que hiciste desde el miedo, la culpa o la necesidad de pertenecer.

Y por eso cierra el desierto.

Porque esta misma semana leemos también Masei, el final del libro de Bamidbar.Una lista de 42 estaciones. 42 lugares que no adornan el viaje… lo desnudan.

Cada parada es una herida.Cada nombre, una contradicción.Cada error, un paso sagrado.

La evolución espiritual no es una línea recta. Es un mapa torcido de exilios internos.

Y aun así, Dios no borra ni una sola caída. Las cuenta todas. Porque no las ve como castigos… sino como camino.

Las heridas no son cicatrices del pasado.Son portales del alma.

Y la única forma de cruzarlas… es atravesándolas.

Así que:

Deja de repetir mantras vacíos. Deja de rendirle culto a promesas que te secan. Deja de confundir sumisión con fe.

Porque si tu espiritualidad no te permite respirar…no es Torá. Es idolatría disfrazada de obediencia.

Hoy no necesitas más juramentos.Necesitas verdad.

La verdad de mirarte al espejo y decir:

Sí, me traicioné para no traicionar a otros.Sí, me escondí detrás de la fe porque no sabía cómo vivir mi deseo.Sí, fui leal a un muerto… y me olvidé de los vivos.Sí, merezco una vida que no me obligue a elegir entre Dios y mí.

Y si vas a ser fiel…que sea a la única fidelidad que vale:


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La que te reconecta con tu alma. La que honra tu deseo sin traicionar tu esencia. La que sostiene tu verdad incluso cuando incomoda.

Porque solo así, después de tantas estaciones,después de tantos personajes,después de tantas versiones de ti…

te espera la Tierra Prometida.

No como recompensa.Sino como reencuentro.

Porque la verdadera geulá —liberación—no es llegar a la tierra. Es volver a ti.

Y tal vez, solo tal vez, Marcos no se fue por otra mujer. Se fue porque Sara ya no estaba en su alma.Porque estaba atrapada en una promesa rotaque la obligaba a elegir entre ser hija… o ser viva.

Y Sara no pecó por prometer.Pecó por no revisar nunca lo que prometió.Por amar tanto a los muertos,que se olvidó de amar a los vivos.

Pero no es tarde.

La Torá te dio 42 estaciones para perderte.Dios te da una sola para volver: Kol Nidrei.

Ya fuiste infiel a tu alma por miedo.Ahora atrévete a serle infiel al miedo… por fidelidad a tu alma.

Y esta vez, sí:hazlo por ti, por Dios por tu alma.

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