Haazinu -Canta!
- Jack Levy

- 3 oct
- 5 Min. de lectura
Por Jack Levy
Deja de mirar!
Tus ojos te engañan.Confunden comodidad con vida y llaman muerte a cualquier sacudida.
Eso que presumes como “vida” —días calcados uno tras otro, diplomas colgados que ya huelen a polvo, certezas que acaricias como trofeos— no es vida.Es un ataúd elegante donde te acuestas despierto, aplaudido por todos, pero muriéndote en cámara lenta.
Y eso que llamas “muerte” —el piso que se abre, el corazón hecho pedazos, el final que no esperabas— en el laboratorio silencioso de Dios no es un entierro: es un parto.
Perdiste el trabajo. “Qué desgracia”, dicen.Tal vez.Un mes después llega una oferta inesperada. “Qué bendición”, celebran.Tal vez.Tu pareja se fue. “Qué tragedia”, murmuran.Tal vez.Un año después entiendes que el vacío fue el único terreno fértil donde tu vida pudo empezar de verdad.
La vida no cabe en etiquetas.Lo que hoy parece ruina, mañana es semilla.Lo que hoy aplauden como éxito, mañana puede ser la pared dorada de tu prisión.
Aquí abajo, en el reino de lo inmediato (Maljut), todo llega al revés.Hasta el Nombre de Dios lo dice: de YHVH, el aliento que da vida, a HVHY, el eco perdido en el laberinto.Este mundo es un espejo que devuelve preguntas, no certezas.
Haazinu es ese eco.No ordena, diagnostica.Es el “tal vez” divino que te susurra al oído:
“Lo que tú llamas final, Yo lo escribo como principio.”
EL TESTAMENTO MUSICAL
Imagina la última escena.Ya no hay desiertos que cruzar.Ya no hay rebeliones que calmar.Moshé está frente a la tierra prometida.
Toda una vida de liderazgo y de hablar cara a cara con Dios se condensa en un solo acto final.
¿Qué legado deja el más grande de los profetas?
La respuesta rompe toda lógica:No deja un nuevo libro de leyes.No deja un plan militar.No deja un tratado filosófico.
Deja… una canción.
¿Por qué?Porque las leyes se discuten, se quiebran, se olvidan en un cajón.Pero una canción se mete en la piel.Se canta, se llora, se recuerda sin esfuerzo.La ley vive en la cabeza; la música, en el corazón.
“La memoria no se enseña con leyes, se transmite con canciones de cuna.”
Y esta canción, Haazinu, no es de victoria ni de fiesta.Es advertencia y también promesa.Es eco del futuro que nos alcanza en el presente.
Moshé guarda silencio.Su último aliento no es un discurso, es una melodía.
LAS DOS AGUAS QUE ENSEÑAN
“Que mi enseñanza caiga como la lluvia,que mi palabra descienda como el rocío.”— Devarim 32:2
Dos aguas. Una misma fuente. Dos maneras de entrenar tu oído.
La lluvia es la verdad que irrumpe.Hace ruido, rompe ramas, arrastra todo.Es el diagnóstico que no esperabas, la ruptura que te deja en el suelo, la llamada que te cambia la vida.Es Dios quebrando la corteza de tu rutina para que algo adentro pueda respirar.
El rocío es la verdad que llega sin ruido.No avisa, pero al amanecer ya está.Es la idea que aparece en la ducha, la paz que llega sin explicación, la frase justa que cae en tu herida.Es Dios sanando con las manos desnudas.
Ambas son agua. Ambas son gracia.La lluvia no es castigo; el rocío no es premio.Son los dos latidos del mismo corazón.La lluvia abre la grieta; el rocío la fecunda.
Tormenta y brisa. Ruido y susurro.El mismo Dios cantando en dos tonos.
LA ROCA QUE SE DEJA TALLAR
Pero ambas aguas chocan contra lo mismo: tu dureza.Y ahí aparece otra imagen de Haazinu: Dios como Tzur, la Roca.
No es un muro intocable.Es piedra viva, esperando ser tallada.
Cada golpe —cada pérdida, cada decepción, cada noche en vela— no es castigo: es el cincel divino.Dios no te avienta piedras; te está esculpiendo.
El dolor no es ruido inútil.Es el sonido de tu verdadera forma naciendo.
EL DESPRENDIMIENTO NECESARIO
Pero toda escultura implica desprendimiento.Para que la forma aparezca, el exceso tiene que caer.
Ahí está el misterio de la frontera.Moshé mira la Tierra Prometida… y muere.No fue castigo. Fue el último cincel de la obra divina.
Hay pedazos de ti que sirvieron en el desierto:resentimientos que te mantuvieron alerta,identidades hechas de dolor,hábitos de supervivencia que fueron tu única oración.
Todo eso funcionó en la sequía.Pero en una tierra que mana leche y miel, es veneno.
Tu “Moshé interno” debe morir en la orilla.No es fracaso del viaje; es requisito de entrada.
Dios no es verdugo, es Escultor.El cincel duele, pero abre camino.La muerte no es cierre: es la poda necesaria para que brote lo nuevo.
LA AUSENCIA FÉRTIL
El proceso de Nidá es una de las leyes más antiguas del judaísmo. A simple vista parece solo un tema de pureza familiar: la mujer, durante su ciclo menstrual, se separa físicamente de su pareja. Durante esos días no hay contacto íntimo. Al terminar, se sumerge en el Mikvé —una piscina de aguas vivas— y recién entonces pueden reencontrarse.
Pero detrás de la práctica hay una radiografía del amor. No es una prohibición seca, es un mapa del deseo:
Alejamiento. La distancia duele, pero enciende la llama. Lo que se pospone se vuelve más valioso.
Mikvé. El baño ritual no es solo higiene: simboliza disolver lo viejo en agua viva, dejar atrás el ciclo anterior y abrir espacio a lo nuevo.
Reencuentro. El regreso no es repetición, es renovación. La unión después de la espera no sabe igual: tiene más hambre, más gratitud, más vida.
Esa misma lógica —separación, purificación, reencuentro— es la que Dios aplica a la historia.Cuando se oculta (lo que la tradición llama Hester Panim), cuando llega el exilio, cuando vivimos la noche oscura del alma… no es abandono. Es Nidá cósmica.
Es la pausa fértil. El espacio donde se inflama el deseo hasta que el reencuentro se vuelve inevitable.
Porque el exilio es exactamente eso:la Nidá de la historia,la distancia que enciende el deseo.
LA MEMORIA QUE CANTA
¿Y cómo sobrevivir al silencio de Dios?Con la misma herramienta que Moshé nos dejó: una canción.
Cada época tiene su ritmo:hoy reguetón, ayer trova, mañana quién sabe.Los jasidim lo saben: no hacen falta palabras, basta un nigún que se repite hasta abrir el pecho.La música siempre fue el termómetro del alma colectiva.
Y también es la llave de tu memoria más íntima. Una melodía puede devolverte el olor de tu abuela, la humedad de tu primer cuarto, el mismo miedo y la misma esperanza de aquella noche que lo cambió todo.
Eso es Haazinu: la playlist eterna de Israel.El testigo que sobrevivió a imperios, ruinas y silencios. La canción que, cuando la cantamos, nos lleva de vuelta al Sinaí…y hasta al mismo olor del Sinaí.
Ein Sof
Así que canta.
Canta aunque la tormenta te quiebre el techo.Canta con la ternura invisible del rocío.Canta cuando el cincel golpee tu roca y creas que no puedes más.Canta cuando tu viejo yo se derrumbe en la frontera, justo antes de entrar en la tierra que te espera.
Porque la música es el único idioma del Ein Sof, del Infinito. No cabe en decretos ni discursos: vibra en cada nota, en cada silencio, en cada latido.
Canta. No porque entiendas el plan.Canta precisamente porque no lo entiendes.Canta aunque tu voz salga rota, temblorosa, imperfecta.
Canta… aunque no entiendas.Canta… aunque la noche sea larga.Canta… y en los silencios escucha al Ein Sof.





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