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Devarim - ¿Hereje o hipocrita?

Por Jack Levy

Para los que creen que la Torá les queda chica…Y para los que la hicieron tan sagrada que ya ni la tocan.

Este ensayo es para los dos extremos que se odian… pero en el fondo son lo mismo:

Para los “evolucionados espirituales” que escupen sobre la Torá porque “ya trascendieron sus limitaciones” (mientras publican memes de Buda con filtros de Instagram).Y para los “obedientes profesionales” que besan el sidur con devoción, pero le tienen más miedo a una pregunta que a un pecado.

Unos la miran desde el pedestal del ego.Otros, desde la jaula del deber.

Los primeros repiten que “la Torá es opresora”… sin haber peleado jamás con un solo versículo.Los segundos repiten que “así siempre se hizo”… sin haberse preguntado nunca por qué.

Pero hay algo que ambos tienen en común:Ninguno se deja romper por el texto.

Porque hay algo más difícil que criticarla o blindarse tras ella:Dejar que te haga pedazos desde dentro. Dejar que te grite lo que no quieres oír. Dejar que te saque de tu versión decorada de la espiritualidad.

Y ahí es donde entro yo.

Porque yo tampoco creo en ese dios del que hablas.Ese dios flojo, burocrático, neurótico.Sentado en un trono cósmico, esperando a que te equivoques para lanzarte una multa kármica.Ese que exige que reces perfecto, sin errores, sin titubeos. Porque si fallas… castigo celestial directo a tu autoestima espiritual.

Ese dios es una mala mezcla entre contador público y ex tóxica.Y si todavía crees en él…Lo siento.Te vendieron una espiritualidad enlatada. Con etiqueta dorada y fecha de caducidad.

Qué patético!

Arrodillarte frente a palabras que ni entiendes. Repetir sonidos como loro. Y luego decir con cara de iluminado: “Wow… jazak ubaruj sentí mucha energía.”

¿Neta? No seas hipócrita.

¿Sabes por qué tu espiritualidad no te transforma?P orque solo buscas a Dios para que te consuele, pero no estás dispuesto a enfrentarlo en el dolor de tu alma, sudando preguntas que no tienen respuesta.

Jacob luchó con el ángel hasta el amanecer… y salió cojo. Tú solo quieres selfies con la Shejiná.

Un amigo me lo dijo sin filtro: “El sidur me sabe a museo. Frío. Lejano. Muerto.”

Y sí. Tenía razón. Pero el problema no es el sidur. Eres tú.

Tú, que rezas sin estar.Tú, que respetas la letra, pero no sabes ni lo que estás diciendo.Tú, que haces rituales como si Dios fuera un trámite:“Ya cumplí… ¿ahora qué me toca?”

La Torá no está hecha para que te sientas bien.Está hecha para que pienses.Para que te cuestiones.Para que te ubiques.

Y si no te incomoda, si no te remueve, si no te cambia nada…entonces no la estás entendiendo. Solo la usas de entretenimiento.

No viniste a este mundo a cumplir. Viniste a entender. A pelear. A encontrar sentido.

Este no es otro discurso bonito. Es un aviso:

O haces la Torá tuya — aunque duela, aunque tengas que soltar lo que te enseñaron —o sigue actuando el papel del religioso que ya ni tú te crees.

Porque la verdadera herejía no es dudar. Es vivir en automático. Repetir lo mismo todos los días… aunque por dentro ya no te diga nada.

El Dios de la Torá no quiere robots. Quiere humanos despiertos. Que piensen. Que pregunten.Que se atrevan a responderle desde su vida real.

Porque al final…¿que es peor ser un hereje sincero, que un creyente anestesiado?.


Moshe está por morir. Lo sabe. Y el pueblo también lo intuye.Pero en vez de despedirse con palabras dulces o bendiciones finales…Moshe hace otra cosa:Reinterpreta toda la historia.

No repite la Torá. La cuenta desde otro ángulo.Desde la herida. Desde la memoria. Desde la urgencia de que no se pierda el fuego.

Habla del Éxodo, del Sinaí, de las guerras, de los errores, de las caídas, del pecado de los espías…Pero no como quien lee un archivo muerto. Sino como quien entrega una advertencia viva:

“Si no entiendes de dónde vienes… no vas a saber lo que estás por recibir.”

Porque esta nueva generación —la que está a punto de entrar a la Tierra Prometida—no vivió Egipto. No cargó ladrillos. No escuchó a Dios en el Sinaí. No cruzó el mar. No se rompió con las plagas. No se rebeló con el becerro.

Y sin embargo, van a heredar la misma historia.Van a recibir el mismo texto.Van a tener que cargar con una tradición que no vivieron…y hacerla suya sin copiarla.

Moshe lo sabe. Por eso no les da reglas nuevas.Les da algo más peligroso:perspectiva.

Porque la Torá no sirve si no te encuentras dentro. La historia no vale si no la entiendes desde tus ojos.

Y Moshe, que no va a cruzar con ellos, les deja lo único que puede dejarles:una voz que resuene más allá del líder.Una lectura que les diga:“Ya no es la historia de tus padres.Ahora es tuya.Haz lo que tengas que hacer con ella… pero no te atrevas a leerla dormido.”


Y ahí está el dilema: ¿Qué haces cuando recibes una historia que no viviste?

¿La repites? ¿La niegas? ¿La cuestionas?

¿O la reescribes con tus propias heridas?


El dios que heredaste (y al que sigues obedeciendo sin darte cuenta)

No estás peleado con la Torá.Estás peleado con el dios de cartón que te metieron en la cabeza.

Ese dios flojo, paranoico, sentado en un trono cósmico esperando que digas mal una palabra para bajarte puntos.Ese que exige perfección, pero nunca da consuelo.Ese que responde solo si cumpliste todo “como debe ser”, sin errores, sin dudas, sin rabia.

Un dios así no transforma.Asfixia.

Y tú, en vez de romper con esa imagen, te resignaste a ella.Te volviste obediente. Cumplidor. Silencioso.Hasta que un día, aunque no lo digas, te pasó lo que a muchos:

Rezaste con todo… y no pasó nada.Dios no contestó. El cielo no se abrió.Solo quedó el eco.Y dolió.

Pero en vez de buscar al Dios real,te alejaste de todo. No porque no creas.Sino porque una vez creíste… y te dejaron en visto.


La trampa de los extremos: obedecer sin alma, huir con estilo

Por un lado:el religioso obediente.Hace todo. Dice todo. Estudia todo.Pero ya no recuerda la última vez que algo lo hizo temblar por dentro.

No duda, pero tampoco arde. No se equivoca, pero tampoco vibra.Cumple… como quien marca casillas.

Por otro lado:el espiritual deconstruido. No es que no crea. Es que una vez creyó… y lo rompieron.Ahora se protege con discurso.Dice que la Torá es anticuada, literalista, patriarcal…Pero en el fondo, lo que tiene es miedo.

Miedo de volver a confiar.Miedo de volver a arrodillarse… y que no haya nadie del otro lado.

Así que mejor se aleja.Pero con estilo.Con filtros.Con frases de Rumi.Con discursos bien armados para justificar una herida que nunca sanó.

Uno repite sin alma.El otro huye sin haber entrado del todo.

Pero los dos hacen lo mismo:Evitan el fuego.Ese que quema.Ese que no se puede controlar.Ese que podría cambiarte… si te atrevieras a quedarte.


Nadie quiere pelearse con Dios… porque podrías salir cojo

Pedirle a alguien que “se conecte con la Torá” suena lindo.Pero conectarte de verdad significa exponerte a que te parta.

Jacob luchó con el ángel. No por místico.Sino porque estaba al límite.Y cuando terminó… salió cojo.Marcado. Distinto.

Pero con nombre nuevo.Y con sentido.

Tú no quieres eso.Quieres salir igual.Con paz, con buena vibra, con energía.Pero sin heridas.Sin silencio incómodo.Sin preguntas que duelen.

Y así no se construye fe. Se construye teatro.


El sidur no te va a hablar si tú no te callas primero


Un amigo me soltó un día, con la cara lavada de cansancio:


"Rezar del sidur se me hace como hablarle a la pared.

Palabras que rebotan, ritual que no me llega. ¿Tú sientes algo? ¿O también estás fingiendo?"


Y le di la razón.

Porque el sidur no es un "manual de conexión rápida con Dios".

No es ese "hit espiritual" que te pone la piel de gallina. Es un espejo roto.

Y si lo agarras con las manos desnudas, si te atreves a mirarte ahí, sin maquillaje religioso,

te devuelve una pregunta que duele:

"¿En qué momento dejaste de creer en lo que estás diciendo?"

Pero si solo repites, si solo mueves los labios por inercia y te balanceas cerrando los ojos de un lado al otro y jamás te paras a gritarle al texto:

"¡¿Y esto qué tiene que ver con mi vida, con mi dolor, con mi miedo?!"

Entonces no estás rezando. Estás interpretando un papel. Y ni siquiera lo haces por fe.

Lo haces por costumbre. Por miedo.

Por no ser el "raro" que se atreve a decir:

"Esto ya no me dice nada."

Pero aquí el verdadero pecado no es dejar de rezar.

Es seguir rezando sin alma. Porque el que repite palabras muertas,

aunque cumpla cada kashrut al pie de la letra,

ya es un cadáver con kipá.


Moshe no repitió la Torá. La volvió a contar… desde la herida

Y aquí es donde la perashá de esta semana te grita lo que nadie se atrevió a decirte:

Moshe, el más grande, el más fiel, el más conectado…no repitió el texto al pie de la letra.

Lo recontó.Lo reinterpretó.Lo adaptó para una generación que no vivió el Éxodo, ni el Sinaí, ni el maná, ni el mar.

No cambió el mensaje.Cambió la forma de decirlo.Porque entendió que si no haces la historia tuya…la terminas obedeciendo dormido.

Rabi Sacks lo dijo así:

“Moshe no entra a la Tierra… pero sus palabras sí.Porque no heredamos lugares.Heredamos significados.

Y tú…¿qué estás heredando?

¿Formas? ¿Frases? ¿Rituales sin fuego?¿O el coraje de leer la Torá desde tu noche más oscura?

Porque la Torá no se transmite. Se reinterpreta. Se sangra. Se rompe. Se vuelve a escribir con tu letra, tu historia, tu silencio.

El jardín no es Dios. Es solo su escenografía.

Un hombre escucha que el Rey ha abierto sus jardines.Corre. Entra. Se maravilla. Llora. Se emociona.

Y se queda ahí.

Muchos hacen lo mismo. Retiros. Frases. Kavanot. Música. Vela. Llorar bonito.“Estoy conectado.”

Pero no preguntan: ¿Y el Rey?

Otro llega más lejos.Estudia. Enseña. Se vuelve experto.Palabras, estructuras, códigos.Pero se queda en el palacio.

Y hay uno…uno que no se conforma.

Sigue caminando.Cruza el símbolo.Cruza la emoción.Cruza la interpretación.

Llega a una habitación vacía.Sin incienso.Sin aplausos.Sin likes.

Y ahí…está el Rey.

Pero para llegar ahí tuviste que soltar todo.Tu orgullo. Tu imagen. Tu espiritualidad decorada.

Porque Dios está del otro lado del ritual.Del otro lado del discurso.Del otro lado del miedo.

Y no se deja encontrar por el que repite, ni por el que huye.Solo por el que atraviesa.

¿Y tú? ¿Dónde estás?

En el jardín.En el palacio.En la fórmula.En la fuga.

¿O ya te quitaste el disfraz, saliste del personaje, y empezaste a caminar hacia esa habitación vacía donde solo queda una voz?

Una que no grita. No premia. No castiga.

Solo te pregunta:

¿Qué haces con una Torá que ya no te habla?

Si no reescribes la Torá desde tu noche… ¿entonces para qué estás vivo?

Esto nunca fue solo sobre Dios. Era sobre ti.

Sobre tus jaulas con nombre de fe .Sobre los guiones que repites sin saber por qué. Sobre ese sidur que sostienes cada mañana como si aún tuviera voz, pero que por dentro ya no te dice nada.

Era sobre la máscara que te pones cuando rezas.Sobre la sonrisa religiosa que ensayas mientras por dentro gritas.Sobre la historia que heredaste…pero nunca tuviste el valor de volver a contar con tus propias palabras.

Porque la Torá no es de quien la obedece por miedo,ni de quien la desecha por dolor. La Torá es de quien se atreve a volver a leerla…desde la herida.

Desde la duda.Desde el cuerpo.Desde la noche más larga.

Dice rabi nahman

“Todo ser humano viene al mundo a traer su jidush, su novedad, su chispa única de Torá.”

Su parte del texto. Su relectura. Su fuego.

Y tú…¿ya trajiste el tuyo?

¿O sigues actuando una espiritualidad que ya no vibra contigo?

Porque Moshe, el más grande, no repitió la Torá. La reinterpretó. No porque Dios se contradijera…sino porque la nueva generación necesitaba escucharla con otro corazón.

Y tú no estás aquí para repetir lo que ya fue.Estás aquí para encender lo que se apagó.Para hablarle a Dios desde tu carne, no desde el libreto.

Así que no te conformes con recitar palabras ajenas. No te quedes en el jardín mirando la flor. No vivas enamorado del símbolo. No confundas emoción con encuentro.

Lucha por entrar donde está el Rey. Cruza la escenografía. Deshaz la escultura. Atraviesa el silencio. Suelta lo que aprendiste si ya no te sirve.

Y cuando estés ahí —sin guión, sin rol, sin personaje—entonces entenderás que la Torá empieza el día en que dejas de obedecerla…y te atreves a vivirla.

Porque Dios hoy no está esperando que cumplas.Dios está esperando que despiertes.

Y por eso hoy…no te exige.Te pregunta:

¿Dónde está tu Torá? ¿Dónde está tu jidush? ¿Dónde estás tú?

Atrevete a decir Hineni!


 
 
 

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